Acabadas
las fiestas que dan paso al 2016 el primer mes del año se vive con cierta
sensación de ambigüedad entre lo festivo y los nuevos tiempos. Si a eso añadimos,
la temida cuesta de enero que siempre anuncia su llegada; empezamos a retorcernos
con el embriagador endeudamiento festivo. No terminamos el mes de enero y ya están anunciando los tan esperados carnavales.

A pocas
horas de dar la bienvenida a febrero, seguimos con la misma o más incertidumbre
con los anunciadores de buena esperanza y de cambios junto a ”yo no pactaría con aquel o aquella”.
Incluso, con las inamovibles líneas de colores que abren o ponen sillas a rodar
o mesas a compartir.

En fin, febrero anuncia carnavales. Ahora es de esperar que unos y otros cambien la ropa de calle por sus disfraces. Ahora, cabe todo. No importa entremezclar líneas de colores con barbas, claveles rojos, rosas con guantes o cualquier combinación posible que permita salir juntos a la fiesta durante los próximos cuatro años.
Así,
está la situación política en este país del que todos y todas somos
espectadores pero ya no votamos. Se abrirán ahora caminos para consultar al
pueblo- bajo su soberanía popular- si queremos nuevas elecciones. Por el
contrario, se mantendrán pactos para gobernar que solo giraran en torno a una
carcasa o disfraz de lo imposible pues los puntos de acuerdo solo son papel
mojado cuando se acerque el final de la presumible legislatura.

Pero
no un diálogo de besugos que no conduzcan a nada. Sea el que sea, mantendrá
alerta a los votantes que en su afán por dar lo mejor de si son los que esperan
soluciones reales a la vida y al desarrollo de un país que va más allá de los
colores nacionales y el gool televisivo.